
Comer la comida que los otros cocinan. Dice Tony Bourdain que, siempre que va a comer a casa de amigos, se ponen nerviosos porque no saben qué servirle al chef. Pero lo cierto es que ama la comida que hacen los otros. Está tan acostumbrado a la suya que quiere siempre comer la de los otros.
Eso es exactamente lo que me pasaba. Nunca quería comer la comida de mi casa, sólo la de los otros. No porque mi abuela cocinara mal: en realidad, no tenía mucha variedad de platos, pero cocinaba bien lo que sabía. Pero la comida de los otros era diferente. Comencé a comer muchas cosas porque las comía en otras casas.
Recuerdo la primera vez que mi papá me trajo pizza. No había pizzería en Agramonte, había que ir a Jagüey Grande a buscarlas. Por lo tanto, era como una especie de acontecimiento, y mi papá se sintió desairado de que no me gustaran. Un día, cuando regresábamos de Jagüey Grande, luego de una de las tantas visitar al hospital o a la familia de mi padre, nos encontramos con mi tía María Antonia. Ella regresaba también para Agramonte. En su mano, llevaba una caja de la pizzería con bambinas dentro. Las bambinas, que no sé si existen en otro lugar, eran unas pizzas extremadamente pequeñas, de las que uno se podía comer tres o cuatro. Mi tía me preguntó si quería una. Luego de tanta insistencia, la probé y me sorprendí aceptando la segunda. Fue entonces que empecé a comer pizza. En una circunstancia no común, en medio de la terminal, esperando la guagua. Mi padre estaba contento de que yo hubiera comido, porque ahora tenía un plato más para tratar de estimular mi apetito.
Pero era otra vez la circunstancia: el hecho de que todo hubiera ocurrido de manera no planificada, con mi tía insistiendo amablemente y haciendo aquel gesto tan desprendido de darme a mí las pizzas que llevaba para sus nietas. Sí, eran las circunstancias, porque la comida de los otros, fuera de horario, sin los ojos pendientes de mí para saber cuánto comía, representaba una liberación frente al deber de comer lo que debía porque, si no, me iba a enfermar, tendría anemia, algo que todos temían.